Nómade sin rastro, de Lucía Castro


 “Nómade sin rastro”.

Son las cinco de la mañana y el frío en la pampa húmeda se deja sentir. Despierta, tal vez por eso en la estrecha cama que optó luego de que ella partiera. Costará calentar los viejos huesos, pero ya engañó desde las 8 de la noche, momento en que decidió acostarse, al estómago que reclama atención. Además, ya no soporta las pesadas y apolilladas frazadas.
Con mucho trabajo se destapa, sentándose y buscando con los pies sus agujereadas alpargatas.
Sale de la pequeña habitación arrastrando los pies mientras se frota los flácidos y resecos brazos intentando darles calor. Pasa por el baño esperando que la escarcha habilite un rápido chorrito de agua con el cual despabilarse.
Ya en la pequeña cocina comedor, antes de poner el agua en la cachada y ennegrecida pava, en adoración al dios supremo de los demás poderes, presiona la esfera roja y espera la luz.
Flashes inciden sobre su rostro curtido, y lo van empapando con la supuesta realidad que asume cual verdad absoluta.
Busca en vano un nuevo paquete de yerba mate en la ajada alacena de pino. Sacude entonces la yerbera para volatilizar el polvillo amargo. Encuentra el pan que guardó adrede el día anterior, lo tuesta lentamente mientras frota sus manos sobre el calor de la hornalla encendida.
Se sienta con las tostadas y el mate en la silla de caño oxidado y tapiz de cuerina gastada y deshilachada. Hoy no es día de cobro, pero pasará igual por el cajero porque aún tiene un pequeño resto del aguinaldo cobrado el mes pasado.
Se dice que obedecerá al dios y esperará unas horas para salir; el supremo repite una y otra vez que no es bueno andar en la calle y mucho menos con plata, aunque sea tan poca, que ya no respetan a nadie, ni siquiera a un pobre viejo.
Escucha al dios mientras se ceba mates, y comienza a escribir en la arrugada libreta de almacenero la lista rutinaria. A su edad, sin movilidad y con escaso dinero cual chicle, no es conveniente olvidar nada; un colectivo de más ya es demasiada pérdida.
Los flashes insisten. Oye al dios que manifiesta sobre un yaguareté L.H.T. que ha dejado su hábitat para migrar a uno mucho más hostil.



Frota la flacura de sus piernas débiles con sus manos huesudas, currículum vitae de obrero de la construcción, al mismo tiempo que se balancea sobre la en la incómoda silla intentando aliviar el dolor de todo su cuerpo que le produce la artrosis.
La interferencia se presenta cada tanto, y debe costosamente levantarse para darle ánimo con un golpecito en la espalda al supremo. Arrastra las piernas y vuelve a la silla…
Se frota la fría nariz mientras toma conciencia de que ya está despierto, de que tiene otro día de yapa. Primero de mes. El clima en argentina no respeta estaciones, ni siquiera a ésta por ser la estación del amor.
No es tan temprano, tal vez durmió un poco más debido a que satisfizo al estómago con el guiso de lentejas que compartió con su vecino la noche anterior. Se incorporó y retiró las frazadas con esfuerzo cotidiano. Buscó las alpargatas, avanzó y presionó la esfera roja.
El dios dictamina los sucesos como sentencias irrefutables: “El yaguareté L.H.T migró porque es un animal en falta, se oculta y camufla en terrenos amenos, tiene cómplices, otros animales semejantes a él, de naturaleza nómade y asesina, bestias que van agrupándose y conformando una manada que asecha en las tierras de bien, de bondadosos pastores y sus mansas ovejas. Y sino ¿qué haría un yaguareté pampeano junto a los pumas de estepa? “
Se dirige lentamente al baño. Vuelve y pone la pava, tuesta un pan.
El dios continúa sentenciando:
“Las fieras se ocultan estratégicamente en la meseta. Las ovejas son las víctimas asechadas, así como sus buenos pastores a quienes se les han concedido las tierras ricas y extensas para garantizar el crecimiento, desarrollo y la reproducción exitosa. La caza de los pumas y del yaguareté L.H.T, si es que realmente está con ellos, está totalmente justificada”
Frota sus manos en las piernas, se balancea. Se ceba otro mate.
La voz del supremo dice que “Algunos discípulos afirman que fue herido de gravedad por un perro de estancia, muerto y enterrado por el viento de la estepa, o devorado por los propios pumas de su manada”
Pone nuevamente la pava, tira un poco de yerba en un plato que luego secará al sol para reutilizarla.
“Tal vez no pudo adaptarse y debió esconderse hasta la madrugada, momento en el que huyó a otras tierras, atravesó la estepa, sus ríos, y volvió a la pampa húmeda. Se oculta con los suyos, con su misma especie de la que nunca debió alejarse. Son éstos los que entorpecen su hallazgo”.
Se detiene un momento. Se pregunta si el dios supremo acaba de dudar.
“Quizás, cansado en el huir, intentó cruzar un río pedregoso, torrentoso y cristalino. Su sangre de clima templado no soportó las aguas de muy baja temperatura. Se desmayó y la enramada lo enmarañó ahogándolo”
Se alertó nuevamente. ¿Volvió a dudar el supremo? Se levanta costosamente de la silla. Toma el añejo escobillón y comienza a barrer la casa, comenzando por la pieza.
Siguen los decires del dios. Arrastra el escobillón debajo la silla. La silla lo llama a sentarse. La mira y obedece. Mira cabizbajo al supremo quién muestra los ojos del yaguareté.

Atiende a esos ojos de la llamada bestia de las pampas por el dios, quien repite hace un mes que no ha sido perseguida junto a los pumas de estepa con fuego de goma y de plomo.
Se ceba un mate y apura otra tostada.
Si, hace un mes que no lo encuentran y que el dios predica sobre él. Diariamente y a cada momento lo juzga, muestra sus ojos como alertando a la población. Dice que lo busca, pero sólo lo busca su misma especie y su manada.
Se centra en ellos. Son ojos claros. Se ven seguros, cálidos y serenos.
Frota sus dos manos sobre las doloridas piernas. Se balancea. Presiona la esfera roja, otorgante de vida y muerte del dios.
Apoya los arrugados codos en la mesa, se toma la cabeza con las dos manos. Cierra los ojos. Comienza a llover sobre el techo de chapa de la humilde vivienda.
En el silencio, y solo con la música de la lluvia, recuerda que el dios, tratando de persuadir sobre las conductas inapropiadas del yaguareté L.H.T lo mostró en una feria.
Las cuerdas de una guitarra criolla ofrecían un ambiente pacífico mientras una niña pequeña aprendía a andar en bicicleta guiada por su madre. Paños coloridos tendidos ofrecían artesanías. El yaguareté asechaba el brazo de su víctima e iba coloreando con agujas un paisaje natural, su víctima reía y decía tonterías para no delatar dolor. Los ojos claros del yaguareté L.H.T seguían un viaje, vaya a saber uno cuál, mientras se focalizaban en su trabajo. Un gesto sonriente en su rosto se denotaba nítidamente a pesar de la tupida barba. La abundante melena en largas rastas lo hacían aún más una bestia de otra región, pero no lo alejaba de la hermandad con la comunidad.
Pronto comería con los pumas de su manada las últimas y más mantecosas lechugas, encendería el árbol y caminaría entre el humo dando saltitos y bromeando sobre su identificación y pertenencia al “Ejército de las Lechugas”. Ocultaría sus ojos bajo la capucha negra, esos ojos de yaguareté pampeano.
Un trueno repentino lo aleja del recuerdo despegando las manos de su cabeza. Se balancea en la silla. El dolor ya no está en sus piernas sino en el pecho.
Piensa en la belleza de la meseta patagónica. Ahora opacada por la ausencia del yaguareté. Sabe que no ha sido el perro de estancia ni los pumas los causantes de su ausencia. El río cristalino se vuelve turbio. Pero cree que no ha sido tampoco. La enramada no lo atrapó, lo salvó por momentos del presunto peligro que no era tal. Lo fue el devenir inmediato.
Presiona otra vez la esfera roja, esta vez no oye al dios para obedecer, sino que lo utiliza para conocer dirección y hora del punto de encuentro.
Con esfuerzo, logra despegarse de la silla. En el ropero halla el monedero. Tomará todos los colectivos que sean necesarios. Se quita las alpargatas agujereadas y las reemplaza por unas que están un poco mejor. Sale arrastrando sus pies a la calle.
Baja con dificultad del colectivo ya que el chofer no se acercó al cordón. Piensa ¿será el yaguareté L.H.T indiferente a su discapacidad y vejez?
Marcha arrastrando los pies hacia el Monumento a la Bandera. Busca los ojos claros, los encuentra por doquier en remeras y banderas.
Encuentra otros ojos cálidos. También flashes enviados por el dios supremo. Unos ojos negros se posan con dulzura en los suyos. Son los de una joven muchacha con bandera y vincha Huilliche. Ella se acerca y le ofrece sus brazos para que se apoye y así marchar juntos. De pronto su grupo lo integra y avanzan cantando.
La joven le susurra que lo admira. Y se descubren llorando. Se emocionan. Él es un hombre viejo que cada mañana agradece al descubrir que sigue respirando.
Le pregunta a ella que piensa. Responde que ya no lo hace, que solo siente agradecimiento porque el yaguareté hizo visible la lucha de su comunidad. Que seguirán marchando.
Despierta al mediodía. Un rayo de luz ingresa por los agujeritos del techo. Siente que la frazada no sólo está demasiado fría sino también muy húmeda, polvorienta y por demás de pesada. Sin embargo pudo retirarla sin complicación, así como incorporarse sin ningún trabajo. Busca con los pies en vano las alpargatas. Pisa y respira hierba fresca con aroma a frutilla silvestre. Desorientado, escucha a escasos metros un torrente, risas de niños saltando y dándose chapuzones.
Frota por costumbre nomás sus flacas piernas con sus huesudas y pálidas manos. Ya no siente frío. Se levanta súbitamente y comienza a arrastrar sus pies, pero comprueba que ya no lo necesita, sus pasos son firmes y rápidos. Se dirige hacia los malen y weñi que justo salen del cristalino y pedregoso río para unirse a la comunidad.
Es invitado a sentarse en el piso en canasta, y lo hace sin dificultad. Quiere comprender y al mismo tiempo ya no le importa. Olvida.
Los peñi hacen circular mates con torta asada. Comienzan a relatar historias de antaño así como vigentes. De tanto en tanto son interrumpidas con alguna que otra broma del yaguareté L.H.T mientras lava lechuga mantecosa y sostiene fervorosamente que no le han robado su espíritu de niño, es vago como el viento, nómade sin rastro…
                       
  Lucía Castro.( 17 y 18 de noviembre de 2017).



Coordina: Susana Rozas

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