Carta a Liz Taylor, de Pedro Lemebel
P
Carta a Liz Taylor (o esmeraldas egipcias
para AZT)
Así, querida Liz, sin saber si esta carta irá a ser leída
por el calipso de tus ojos. Y más aún, conociendo tu apretada agenda, me
permito sumarme a la gran cantidad de sidosos que te escriben para solicitarte
algo. Tal vez un rizo de tu pelo, un autógrafo, una blonda de tu enagua. No sé,
cualquier cosa que permita morir sabiendo que tú recibiste el mensaje. El caso
es que yo no quiero morir, ni recibir un autógrafo impreso, ni siquiera una
foto tuya con Montgomery Cliff en El árbol de la vida. Nada de eso, solamente
una esmeralda de tu corona de Cleopatra, que usaste en el film, que según supe
eran verdaderas. Tan auténticas, que una sola podría alargarme la vida por unos
años más, a puro AZT.
No quiero presionarte con lágrimas de maricocódrilo
moribundo, tampoco despojarte de algo tan querido. Quizás, liberarte de esas
gemas que cargan la maldición faraónica, y a la larga traen mala suerte,
incitan a los ladrones a saquear tu casa. Y no es broma, tú recuerdas lo de
Sharon Tate, no fue nada de gracioso. Además los pelambres del ambiente, las
víboras diciendo que las joyas se te pierden en las arrugas. Que ya no te queda
cuello con tanta zarandaja. Que una reina debe ser sobria, que a tu edad el
esplendor de los rubíes compite con la celulitis. En fin, habiendo tanto
hambriento tú te paseas de alhaja en alhaja. Que Julio Iglesias quedó turnio
con tanto brillo. Que los cheques para la causa AIDS, que tú regalas con tanta
devoción, se quedan enredados en los dedos que trafican la plaga. Y dicen que
fíjate tú, esa piedad es pura pantalla, nada más que promoción, fíjate, como el
símbolo para la campaña. Esa cintita roja que los maricas pobres la usan de
plástico, seguro que fabricadas en Taiwan. Y las ricas de oro con rubíes, que
más parece una horca, el lacito ese. Un detector para saber quién tiene el
premio, tú sabes, la gente es tan peladora. Hasta han dicho que tú estás
contagiada, por eso la baja de peso. Basta mirar las fotos de hace algunos
años, no había modelito que te entrara. Y ahora tanto amor con los homosexuales
sidosos. Tanto cariño por ese Jackson, el Cristo pop que canta: «Dejad que los
niños vengan a mí.» Mira tú, de dónde tanta adhesión. Tanto amor con los
maricas, como la Liza
Minelli , la
Barbara Streisand y la María
Félix. Todas esas estrellas que amamantan a las locas como perritos
regalones. Como sí los maricas fueran adornos de uso coqueto. Como si fueran la
joya del Nilo o el último fulgor de una Atlántida sumergida. Mira tú, y sin
embargo, con las lesbianas ni pío. Cuando debiera ser al revés, dicen ellas.
Primero la solidaridad por casa, y luego las locas. Hasta les tienen un apodo
en New York a las ricas y famosas que andan para arriba y para abajo con sus
modistos y peluqueros.
Yo creo Liz que es pura pica, nada más que envidia.
Además, los colas tenemos corazón de estrella y alma de platino, por eso la
cercanía. Por eso la confianza que tengo contigo para pedirte este favor. Si es
que tú quieres, sí no te importa mucho. Te estaré eternamente agrade-sida.
Acuérdate, una esmeralda chiquitita, de pocos kilates, que no se note mucho
cuando la saquen de la corona. Total, tú tienes esas turquesas para mirar que
opacan cualquier resplandor. Yo soy de Chile, mándamela a la dirección del
remitente. Tú no conoces este país, dicen que, hay mucha plata, pero no se ve
por ningún lado.
Pedro Lemebel. (1952/2015)
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