Les gusta leer el final, Lucía Castro
Les gusta leer el final Me desperté sobresaltado acompañando ese instante con un chillante y seco insulto. Desprendí la húmeda sábana que insistía quedarse adherida a mis espaldas. Otro día infernal en la ciudad capital de la invencible Santa Fe. Metí como pude mis pertenencias presionando para poder cerrar el bolso. En la negra mochila de cuero puse la carpeta, la notebook, cargador, celular, billetera… y relojeé para comprobar no dejar nada de lo que después me arrepentiría. Como en ese momento, en que me arrepentía y maldecía por la reciente trasnochada, por mis andanzas de una a otra peña de distintos géneros abrazando el tango y folklore hasta terminar cayendo en un barcito, como muchas otras veces, besando y susurrándole alguna canción de Sabina o Calamaro a una botella de tinto. Salí de la habitación y volé al baño. No había tiempo para una ducha, mucho menos para rebajar la barba que aún olía a alcohol y cigarro. Otro insulto. En la cocina estaba mi tío Negro. Me dio ...